Entrevistas

Leven anclas

Luego de pasar por el Festival de Mar del Plata —en el cual cosechó, entre otros el Premio del Público—, Cecilia Kang estrena Partió de mí un barco llevándome. Historia, herencia, extranjería y juventud se entrelazan en un documental que plantea la necesidad de poner la memoria en primer plano para inventar un futuro diferente.

A ti, que comes mucho arroz porque te sientes sola.

A ti, que duermes mucho porque estás aburrida. 

A ti, que lloras mucho porque estás triste, te escribo esto.

Mastica tus sentimientos acorralados como masticarías arroz.

De todos modos, la vida es algo que hay que digerir.

Chun Yang Hee

Por Rocío Rocha y Andrés Brandariz

 

AB: En Partió de mí…, la actriz Melanie Chong interpreta a una suerte de avatar o alter ego que lleva a cabo tu búsqueda. A vos nunca te vemos delante de la cámara (a lo sumo escuchamos tu voz en alguna escena), pero ella lleva a cabo todo el arco dramático y la investigación que habrás llevado a lo largo de la realización. ¿Por qué tomaste esa decisión? ¿Dónde termina Melanie y empezás vos? 

Ambas somos hijas de mujeres coreanas y estamos atravesadas por las mismas cuestiones culturales, tradiciones que nos hacen ser quienes somos. Al mismo tiempo vivimos todas las contradicciones que eso implica, porque ambas optamos por un camino diferente al que dictamina el mandato social en la comunidad coreana. Si bien, por ejemplo, Melanie trabaja en el local de ropa de su mamá, también estudió actuación en la EMAD. Por ser hijas de coreanos no significa que solo tengamos que terminar en un local en Avellaneda, lo cual también va cambiando a medida que pasa el tiempo. La comunidad coreana en la Argentina habla de Argentina, y quizás no tiene nada que ver con la Corea de hoy en día. 

Con respecto a la elección de Melanie, fue así como la ven en la película, que empieza con este casting abierto a las chicas de la comunidad coreana. Yo había trabajado con Virginia Roffo, una gran amiga que escribió el guion y con la cual trabajo siempre. Veníamos trabajando en una posible estructura para este proyecto, que para mí era difícil porque implicaba abordar un tema tan doloroso, tan atroz, como el de las comfort women (“mujeres de consuelo”): mujeres jóvenes, muchas de ellas coreanas, que eran secuestradas por el Ejército japonés durante la Segunda Guerra Mundial para convertirse en esclavas sexuales a disposición de los soldados. 

Es un hecho histórico y yo sentía que no tenía las herramientas para poder contarlo. Lo que Virginia me propuso fue justamente partir de esa base: somos mujeres que viven en Argentina, específicamente de la colectividad coreana, que quieren abordar este tema desde la distancia que implica vivir en otro país y pertenecer a otra generación. Así ideamos este dispositivo, para confrontar a chicas jóvenes de nuestra comunidad con los testimonios. 

Hicimos dos días de casting y Melanie fue la primera en llegar, un viernes a las nueve de la mañana. Llegó toda apurada, despatarrada, así como es ella. Inmediatamente me cautivó: algo de la búsqueda cristalizó en aquel momento, como un amor a primera vista. Fue como… muy luminosa, me sentí directamente identificada con ella. Me fui del casting pensando “es mi otro yo”. Y a la vez era diferente, con una vida familiar diferente. Había vivido situaciones dolorosas de atravesar, y tiene una capacidad muy potente para empatizar, para comprender sin juzgar.

Partió de mí… comenzó con una búsqueda mucho más conceptual, que iba a concentrarse en las lecturas de los testimonios, y terminó siendo algo mucho más emotivo, básicamente porque estas cosas tan dolorosas pudieron traerse al presente pero mezcladas con el presente de Melanie. 

RR: Algunos elementos en los cuales la puesta en escena se hace más explícita (como la secuencia del casting inicial) invitan a suponer que quizás, en algún punto, les haya interesado la posibilidad de hacer una ficción. ¿La idea fue siempre hacer un documental? 

El proyecto siempre estuvo planteado como un documental, pero me llevó mucho tiempo descifrar cómo hacerlo. Todo se origina en un viaje a Corea del Sur que hice en 2013 cuando estaba filmando Mi último fracaso. Una de las protagonistas iba, justamente, a participar de un congreso de mujeres. Tuve la suerte de acompañarla y presenciar ese congreso en el que una de estas sobrevivientes, Kim Bok-dong, dio una charla. Contó cómo la habían secuestrado a los 14 años, cómo fue violada más de veinte veces al día y pudo sobrevivir, también cómo vio a muchas otras compañeras morir a su lado. 

También habló del dolor que sintió una vez de regreso en Corea: no solo había experimentado esas atrocidades, sino que después pasó una vida muy estigmatizada porque la propia sociedad coreana la negaba. De hecho, la primera sobreviviente habló recién en 1991 y, hasta el final de su vida, el pedido fue siempre el mismo: no un resarcimiento económico, sino que el hecho se hablara en las escuelas para construir memoria y que estos crímenes nunca volvieran a cometerse. 

Escuchar a esa mujer —que tranquilamente podría haber sido mi abuela— me rompió toda. Ya de vuelta en Argentina, seguía pensando en lo que había contado. ¿Cómo hacer una película sobre este tema? Fueron alrededor de 200.000 mujeres que fueron secuestradas, violadas y asesinadas. Era inabarcable, y sentía que no me alcanzaban las credenciales para hacerla. Sin embargo, pasaban los años y esa experiencia volvía a mí constantemente. Llegó un punto en el que decidí que no podía seguir siéndole indiferente, y me comprometí a hacerla.

Cuando conocí a Melanie, como les conté, el proyecto cambió. Esa conexión que sentía con ella me daba la oportunidad de hablar del tema de un modo mucho más sincero y conocido. La película se convirtió en su experiencia con relación al tema, a partir de que yo le propongo preparar uno de los testimonios. Así que la película “de dispositivo” que yo había diseñado con Virginia se combinó con las conversaciones que tuvimos con Melanie, en las cuales pude conocer más sobre su vida. Teníamos algunas escenas planteadas a modo de pequeñas puestas en escena, pero lo que pasaba después nos atravesaba completamente. 

Es lo lindo que ocurre con el documental, la realidad supera cualquier cosa que puedas inventar. Últimamente, el cine que me gusta tiene que ver con eso, con que el límite entre la realidad y la ficción es muy, muy arbitrario. De alguna manera, todo es ficción y también todo aquello que se hace con honestidad contiene verdad. 

AB: Uno de los temas que recorre la película es el de la herencia, qué se hace con ella para preservarla y cómo se la puede interpretar desde la extranjería. Encontrás un hilo conductor en la violencia, tanto la que sufrieron las comfort women como la que sufrió la madre de Melanie (que relata en una de las escenas con su hija). Hay una suerte de herencia violenta, que todavía no parecería tener el reconocimiento que merece. 

Cuando volví a casa de aquel viaje a Corea, le pregunté a mi mamá si conocía el hecho y me dijo que sí, obviamente lo conocía. ¿Por qué no se hablaba de eso? Creo que tiene que ver con que, en la sociedad de posguerra, la única manera de sobrellevar el pasado es justamente no hablar de él. Pero es una idea posiblemente errónea porque esas heridas siguen estando, y terminan afectando a la sociedad. 

Por eso es importante que los estados fomenten políticas de memoria. Todo lo que se sabe se sabe gracias a las sobrevivientes que hablaron y a los jóvenes y las ONG que se encargan de mantener vivo su legado hoy en día. Esa era una razón suficiente para hacer esta película, como tantas otras se han hecho sobre este tema. Yo quiero que mis amigos sepan sobre este tema, que la gente de Argentina sepa de este tema… 

RR: Como argentinos, estamos muy ajenos a estos hechos históricos. La visión que nos llega es muy eurocentrista. Sin embargo, creo que en los últimos años (por la globalización, y con ella la llegada de íconos culturales como los grupos de K-pop), la comunidad está adquiriendo mucha más visibilidad en el país. 

Incluso en Corea del Sur, el tema sigue siendo muy polémico. Las marchas se hacen todos los miércoles desde los años 90 para pedir justicia y para que el Estado japonés reconozca estos crímenes. En esa época marchaban las sobrevivientes acompañadas por representantes de ONG. Ahora marcha la gente joven, estudiantes universitarios y secundarios; no solamente chicas sino chicos también, lo cual habla —desde mi punto de vista, como alguien que no vive en Corea— de un cambio en la sociedad. 

En algún punto es el mismo cambio que ha ocurrido en Melanie, que ya no naturaliza la situación cuando su mamá le dice “tu papá me pegaba”. Si bien Melanie tiene otras herramientas intelectuales, culturales y sociales, aun así lo que le dice la madre la afecta porque el mundo todavía se rige por esas opresiones, cuyo ejemplo más horrible son las cosas que vivieron aquellas mujeres (porque en este caso se trató de mujeres, pero podría aplicar a otras identidades). 

AB: ¿En qué punto apareció la posibilidad del viaje a Corea, que funciona como punto medio de la película? ¿Se filmó antes, durante o después del resto del rodaje? Y una vez ahí, ¿cómo hicieron para conseguir los permisos para filmar en los espacios culturales que se muestran en esa segunda mitad? 

El viaje a Corea estuvo presente desde siempre, a modo de propuesta en el guion. Una siempre escribe poniendo toda la carne al asador pero obviamente, a medida que iba pasando el tiempo, decíamos “es imposible”. Después de ganar la vía digital del INCAA, nos dimos cuenta de que no nos iba a alcanzar el dinero, la idea se descartó e hicimos una reescritura para que todo transcurriera acá. Cuando estábamos filmando las escenas en Argentina, la pandemia estaba terminando y tuve la posibilidad de viajar a Asia por un trabajo como asistente de dirección. Estando allá, dije “no puede ser que esté tan cerca y no vaya a filmar a Corea”. Así que hablé con mi productor, Martín (Rodríguez Redondo), que también es un gran amigo y participó mucho en todo el proceso creativo. Lo que me planteó fue: “Si vas a Corea, ¿no conviene que vaya Melanie también?”. Si la película es ella, ¿para qué vamos a mostrar fachadas de Corea sin que esté la protagonista? 

Volvimos a la idea inicial que estaba planteada en el guion y empezamos una nueva campaña para conseguir plata. Encontramos que la Seoul Film Commission tenía un fondo de ayuda, aplicamos y, con mucha suerte, ganamos. Necesito destacar también que, una vez conseguido el fondo, recurrimos a la Asociación Coreana en la Argentina. Tanto la Cámara de la Asociación Coreana como la Cámara de Empresarios Coreanos contribuyeron a financiar lo que quedaba del rodaje. Sin la ayuda de mi propia comunidad nadie podría haber viajado, y por eso estoy muy agradecida. 

El viaje fue toda una aventura. Hacía cinco años que Melanie no visitaba Corea para ver a su hermano, era muy movilizante para ella. También viajaron conmigo Victoria Pereda (la directora de fotografía, que hizo maravillas con los pocos recursos que teníamos) y Martín. El clima es mayormente soleado, pero tiene temporadas de monzones: durante el rodaje llovió todos los días excepto uno. Así que fue todo muy mágico pero también nos obligó a aprovechar el tiempo al máximo, porque el viaje era muy breve por cuestiones presupuestarias.

Con respecto a los museos que se ven en la película, fue mucha investigación, mucho de mandados y mucho mandar mails contando el proyecto para conseguir autorización. El primero que aparece es el Museo de la Guerra y los Derechos Humanos de las Mujeres, que depende del Consejo de las mujeres (las mismas que organizan las marchas de los miércoles). Ellas son muy organizadas y trabajan muchísimo para divulgar acerca de estos hechos, y fueron generosísimas con nosotros. Queríamos filmar a Melanie asistiendo a una de las marchas pero que la presentaran y le permitieran leer ese texto que escribió que es tan desgarrador, inspirador y conmovedor. Si van a Corea, tienen que hacer ese recorrido. No es solamente informativo; lo es, pero te vas con muchas ideas, muchas reflexiones. Lo mismo pasó con el segundo museo, que era House of Sharing (museo de la esclavitud sexual por el ejército japonés). Había permanecido cerrado después de la pandemia, pero pudimos filmar adentro. 

AB: La película toma el título de un poema de Alejandra Pizarnik: “Explicar con palabras de este mundo/ que partió de mí un barco llevándome”. Algo se va pero, a la vez, permanecés dentro. La pregunta por dónde pararse con respecto al origen recorre toda la película y me hizo acordar mucho a Past Lives (en la que otra protagonista se debate entre su herencia coreana y la vida que construyó en otro país).

Ese poema tiene la particularidad de hablar de un tema que tiene relevancia para la película: la imposibilidad de explicar en palabras algunas experiencias que vivimos en este mundo. La película trata de reflexionar en imágenes y sonidos sobre aquello que para las palabras es difícil de definir. Lo que me interesaba trabajar en esta película es lo mismo que me interesaba en Mi último fracaso. Es una pregunta que inevitablemente me hago todo el tiempo cada vez que pienso en un proyecto, y creo que los directores hacemos películas para responderla: ¿quiénes somos? Yo encontré una respuesta en el recorrido que hace Melanie, esta idea de “me llevo a mí misma, pero soy yo”. 

RR: En una de las escenas, justo antes del viaje a Corea, se escucha tu voz que le pregunta a Melanie: “Para vos, ¿de qué se trata esta película?”. Ella responde, desde su perspectiva. ¿Cuál sería tu respuesta?

En términos universales, la película se trata de cómo un hecho del pasado continúa resonando en el presente, y las mujeres continuamos oprimidas por estas viejas estructuras. Lo que me gustaría es que la película pudiera generar preguntas, cuestionamientos, sobre cómo nos paramos en sociedad frente al mundo. 

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