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Precuelas y diablitos

Aarkasha Stevenson debuta en el largometraje con una precuela de la icónica La Profecía, en la cual una monja descubre una oscura conspiración para dar nacimiento al Anticristo.

 

Hacía casi veinte años que no teníamos novedades de la franquicia de terror que originó la icónica La profecía (The Omen), que Richard Donner estrenó en 1976. En aquella película, Robert Thorn (Gregory Peck) adoptaba un recién nacido en una penumbrosa abadía y lo hacía pasar por el hijo biológico de su esposa Katherine (Lee Remick). Eventualmente, el engaño daba paso a una terrible verdad: el niño adoptado era, en realidad, el Anticristo.

La última entrega que llegó a la pantalla grande había sido una deslucida remake que, con mucho sentido de oportunidad, había aprovechado la ominosa fecha del 6 de Junio de 2006 (06/06/06) para renovar interés por la franquicia. Las cuatro películas anteriores (Damien: Omen II, Omen III: The Final Conflict y Omen IV: The Awakening), narraban el crecimiento de Damien Thorn, su llegada al poder y su descendencia.

En esta ocasión, la debutante en el largometraje Arkasha Stevenson -que viene de una extensa y variada trayectoria en el mundo de las series- indaga en la concepción de Damien, uno de los misterios que la película original dejaba en la oscuridad. La protagonista es una joven norteamericana (Nell Tiger Free) que viaja a Roma para tomar el hábito de monja. Allí descubre una oscura conspiración para dar nacimiento al Anticristo en el seno de la propia Iglesia. «¿Cómo controlás a la gente que ya no cree?», pronuncia el Padre Brennan (con la cavernosa e inconfundible voz de Ralph Ineson), «creás algo en que temer».

Además de establecer una mirada revisionista sobre la Iglesia y sus políticas (que ya estaba presente, de manera más solapada, en la película original), el diálogo puede leerse también como una lectura del subgénero del terror religioso como totalidad: sus más grandes exponentes (El exorcista, la misma La profecía) estaban más orientadas a reafirmar el temor a lo demoníaco que a explorar el uso de la figura del Diablo para infundir miedo (aunque un temprano contraejemplo podría encontrarse en El bebé de Rosemary). La primera profecía parece unirse a un grupo ya bastante nutrido (al cual pronto se sumará Inmaculada, de inminente estreno) en el cual la fuente del terror se desplaza del territorio de lo simbólico hacia la religión misma, de la potencia del credo a los fanatismos que estos pueden generar. Y en el medio el Diablo, probablemente.

 

Andrés Brandariz