Una más y no jodemos más
En Venom: El último baile, Tom Hardy vuelve para cerrar la trilogía del protector letal, en una road movie que se divide entre los pases de comedia y la acción CGI.
Parecía difícil de concebir cuando se anunció una película de Venom en solitario (estrenada hace ya seis años), pero de alguna forma Sony logró realizar una trilogía de estas películas. Aquella primera entrega se distanciaba del resto de las aventuras superheroicas propuestas tanto por Marvel como por DC, ya concentradas en realizar películas interconectadas y en universos compartidos, presentando una película de un antihéroe que parecía salida de la era del cine de superhéroes pre Iron Man y The Dark Knight.
En papel, la idea era difícil: ¿cómo sostener una película de uno de los villanos más icónicos de Spider-Man, sin poder ponerlo en pantalla? No era una tarea sencilla, si además sumamos el recuerdo agrio del Venom presentado en la tercera Spider-Man de Sam Raimi (una película subvalorada sin dudas) y el hecho de que Venom en sí mismo es una reliquia de una época pasada, un personaje oscuro y edgy típico de los cómics de los 90.
La respuesta fue Tom Hardy, que le inyectó a la película original y a la performance en general a lo largo de la trilogía una energía gonzo a su doble actuación como el periodista de investigación Eddie Brock y el alienígena hambriento Venom. Esa energía permanece en esta película, y hace que Venom: El último baile funcione pese a tener un plot genérico y explicativo con personajes bastante cliché. Varios actores sobrecualificados hacen de personajes de stock: Chiwetel Ejiofor como un general que piensa en disparar primero y hacer preguntas después, Juno Temple como la “científica con una historia de infancia traumática”, Rhys Ifans como un hippie cuyo mayor deseo es cruzarse con un alien alguna vez en su vida, y Andy Serkis como el amenazante villano Knull, cuya presencia es lo que dispara la trama.
Knull fue introducido por primera vez en los cómics por el guionista Donny Cates en un arco que culminó en el evento King in Black. Fue un villano muy importante al nivel de lo que fue Thanos para el MCU o lo que planeaban para Kang, pero acá se limita a hacer una voz amenazante desde una silla. Hay indicios de una posible aparición futura, pero el tema de los derechos entre Sony y Marvel hace complicado un eventual crossover.
En la escena medio snyderiana que dispara el plot de la película, se cuenta que Knull está encerrado bajo llave en el planeta de los simbiontes, y que la clave para liberarlo es (por supuesto) un codéx que se encuentra dentro de Venom. Knull procede entonces a enviar varios monstruos CGI a través de portales para que rastreen al mencionado McGuffin y a Venom para poder destruir la tierra y el universo y esas cosas.
A Eddie Brock/Venom lo encontramos saliendo de la escena post-créditos de No Way Home que lo mostraba dejando atrás un cachito de su baba negra en ese universo para luego volver a su tierra original. De allí, prófugo en México, se dispone a viajar a Nueva York para lograr limpiar su nombre.
Es una tarea muy difícil dado que apenas tiene una camisa floreada, una remera transpirada y unas crocs que pierde en el camino. De hecho, después de emborracharse en el bar, Tom Hardy parece estar con resaca casi todo el resto de la película, o por lo menos los dos primeros actos, cansado de estar rodeado de aliens, militares y policías que lo buscan para arrestarlo, encerrarlo o matarlo.
Pese a toda la descripción hecha anteriormente, Venom: El último baile logra ser una película suficientemente entretenida. Al menos no dura dos horas y cuarenta minutos, que es lo que parece ser el estándar últimamente para este tipo de películas, con lo cual ahí ya tenemos un beneficio.
El plot avanza entrelazando a todos los personajes anteriores, siempre con la dupla protagonista en modo slapstick, y es imposible no pensar que Tom Hardy (que en esta ocasión tiene un crédito en la historia) sabe que es interesante contrastar a un personaje cómico, camp y algo queer en una película de superhéroes con personajes de manual. Es así como, en paralelo a los monstruos CGI comiendo soldados y a la científica fascinada por la belleza de los aliens, tenemos a un Venom bailando “Dancing Queen” con la señora Chen bajo las luces de neón en Las Vegas. O una persecución bajo el agua muy divertida en la que vemos a Venom ir cambiando de animal en animal hasta llegar de nuevo a Tom Hardy. ¡O el Venom-Caballo! Definitivamente, es cine.
Y después está el último acto, donde la película se sale definitivamente del slapstick/camp y la comedia. Venom deja de actuar como el comic relief y adopta definitivamente el papel de héroe y se arma una lucha superheroica con otros coloridos simbiontes, varios monstruos, los militares, y la familia hippie que quedó en el medio como para inyectar civiles para ser salvados y algo de emotividad a toda la secuencia. Ahora, dado lo propuesto en los trailers y el título de la película, ¿es acaso este el último baile para el querido antihéroe de negro? La respuesta es complicada. Puede que sí, puede que no.
Obviamente no quiero spoilear el final de la película, pero Tom Hardy parece tener apego por el personaje, y es inevitable pensar en un eventual crossover con algún Spider-Man. Ciertamente el multiverso lo permite. También podemos pensar a Spider-Man mismo con el traje alienígena, como parece rumorearse para la futura Secret Wars. Y después están las escenas post-créditos, aunque sabemos que las de Sony pueden no terminar en nada (¿alguien piensa que el Vulture de Keaton va a hacer algo con Morbius?). Mientras tanto, siempre podemos pensar a Tom Hardy morfándose unas langostas vivas en un tanque, y cómo esa energía alcanzó para darnos una trilogía de películas divertidas y relativamente frescas (o al menos inofensivas) en un mercado saturadísimo y con urgente necesidad de renovación.