El aterrador mundo del Ratón Mickey
La trampa del ratón se suma a la moda del terror con íconos infantiles en dominio público. Un slasher directo, sangriento y sin pretensiones que apuesta por la nostalgia y el marketing descarado.
La culpa la tuvo Winnie the Pooh o, mejor dicho, Rhys Frake-Waterfield, director de varias películas de terror de bajo presupuesto, quien tuvo una idea brillante: aprovecharse de que la primera versión de aquel personaje creado por Alan Alexander Milne (1882-1956) entraba en dominio público a principios del 2022 para realizar una película, y qué mejor que un slasher subgénero predominantemente norteamericano que no demanda mucha producción ni presupuesto sino apenas un lugar, un grupo de personajes, un asesino con una máscara y algo de sangre. Además, ¿quién no querría ver una versión de terror de personajes a priori tan dulces? La operación no solo funcionó sino que también fue un éxito comercial que dio paso a una secuela y a un potencial universo, ya que entraron en producción películas de Peter Pan, Popeye, Pinocho, y la lista continúa.
Dentro de todo este enjambre aparece Mickey Mouse, la cara de Disney. Pero no cualquier Mickey, ya que el director Jamie Bailey, al igual que Waterfield, aprovechó que habían expirado los derechos de Steamboat Willie (1928), la segunda aparición del famoso ratón luego de Plane Crazy (del mismo año), y en base a eso realizó una película que podría verse en doble función con Winnie the Pooh: Blood and Honey (2022), ya que ambas comparten el mismo acercamiento al material. Las dos transcurren en pocos espacios, tienen a un asesino usando una máscara del personaje explotado y ambas se armaron en base a operaciones de marketing.
Entonces, ¿de qué trata La trampa del ratón? En medio del cumpleaños de Alex (Sophie McIntosh) en un parque de diversiones, un asesino con la máscara del famoso ratoncito comienza una masacre. La película cumple todos los requisitos de un slasher: hay una final girl, hay sexo, hay asesinatos, hay un lugar ideal para que transcurra la historia. En ese sentido cumple el ABC del subgénero que se popularizó a principios de la década del 80 con Friday the 13 (1980, Sean S. Cunningham), producciones que requieren de artesanos que entienden lo que están haciendo. En ese sentido, al igual que la película de Rhys Frake-Waterfield, juega a ir a lo básico. Entiende que el público quiere ver a su criatura rápidamente y que es un producto chatarra, pero lo hace con honestidad, sin pretender más que hacer pasar un buen rato. El resto es un slasher a la vieja usanza, y en épocas de tramas complicadas que piensan el subgénero desde otro espacio volver a las bases siempre es bienvenido. Además, ¿cómo no aplaudir a una película que comienza con un disclaimer igual al de Star Wars?