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Suena el golpe de tambor de un mono de juguete

Un pequeño mono de juguete, en apariencia inocente, y una premisa: cada vez que golpea su tambor alguna persona, de manera inexplicable y horrible, muere. Ese punto de partida es tomado por el director Oz Perkins para su último film, El mono, producido por James Wan (artífice de sagas como El conjuro).

 

Dentro del cine de terror, existe todo un subgénero dedicado a los objetos malditos. Extraños conjuros arrecian sobre diversas piezas que pueden incluir desde partes de cuerpos embalsamadas, anillos, cofres de tesoros extraviados, libros prohibidos o incluso inocentes juguetes infantiles. De la siempre macabra mente de Stephen King, el maestro del horror contemporáneo, surgió el argumento de este relato breve publicado primero en la revista Gallery en 1980 y luego modificado para incluirlo en la antología Skeleton Crew (1985). La inspiración le llegó al observar el otro lado de las cosas. El disparador: un pequeño mono de juguete, en apariencia inocente, y una pregunta: ¿qué pasaría si cada vez que entrechocaba sus platillos alguna persona, de manera inexplicable y horrible, moría? Esa premisa —y casi que ningún otro elemento— es tomada por el director Oz Perkins para su último film. 

Producida por James Wan (artífice de las sagas El juego del miedo y El conjuro), con el antecedente de su rupturista ópera prima Longlegs (2024), esta cinta llega a las salas con cierta expectativa. En la primera escena, ya queda claro el código que se establece con el espectador. El contrato de lectura oscila entre la comedia y el terror. Por momentos, demasiado. Casi al borde de la parodia. De hecho, en las secuencias de las muertes, donde vuela sangre y tripas de un modo bien gore y en secuencias algo inverosímiles a lo Destino final, el público que llenó la sala del Hoyts Abasto durante la avant premiere el pasado lunes 17 de febrero estalló en carcajadas.

La historia sigue a Hal (un sobrio Theo James), quien tiene un hermano gemelo, Bill, al que le perdió el rastro ya de adultos cansado de sus bromas pesadas. Como si no fuera suficiente, quedó atormentado por un mono de juguete, herencia de su padre, que reapareció en su vida adulta para volver a perturbarlo con su reguero de sangre, muerte y destrucción. 

Hasta allí mantiene bastante de la premisa del cuento original. Luego, el director/guionista se toma bastantes licencias. Una algo menor: en lugar de platillos, el mono golpeará un tambor con dos baquetas provocando muertes brutales. Otros cambios en la adaptación son más arriesgados, como el hecho de profundizar en el efecto y el gag en detrimento de la tensión dramática que sugiere el cuento de King. 

La historia entre King y el cine es un tema aparte que excedería esta nota. Las hubo y habrá para todos los gustos: con King más o menos metido en el proyecto, más o menos conforme, con críticas elogiosas pero aun así disconformidad autoral (el famoso caso de El resplandor de Stanley Kubrick) y con directores que se han convertido en exitosos reincidentes (Rob Reiner, Frank Darabont, Mike Flanagan). “Nunca viste algo como El mono. Es increíble. Como alguien que se ha entregado a la locura de vez en cuando, lo digo con admiración”, declaró King sobre la adaptación de Perkins. Como afirma Ariel Bosi, el Kingmaníaco número uno de habla hispana, en su texto “De la obra a la pantalla…” incluido en el libro El reino del miedo. Stephen King en el cine (Cuarto Menguante): “La fidelidad tampoco es garantía de éxito, ni de algo bien hecho”. 

Quienes busquen sustos encontrarán muertes despiadadas con cabezas cercenadas, intestinos colgando y explosiones que remiten a secuencias del cine exploitation. Algo del tono de Quentin Tarantino se cuela en algunas muertes sanguinarias a lo Érase una vez en Hollywood y ciertos planos con angulación contrapicada remiten a su ya célebre cliché. En la primera parte, también se filtra cierta tónica del cine de los hermanos Coen aunque luego se desdibuja. La película ganaría potencia si hubiese profundizado en esta fibra de comedia negra. Hay instantes notables. Por ejemplo cuando Hal, enfurecido con el acoso constante de su hermano Bill, decide darle cuerda al mono para matarlo. Poco tiempo después aprenderá que controlar el poder asesino del mono no es tan sencillo.

En el relato que inspira esta historia, adaptada por el propio Perkins, se ahonda mucho más en el vínculo padre e hijo, tanto en la pesada herencia que cae sobre Hal como en su relación con su pequeño hijo que lo acompañará hasta el final. En el film se retoma algo de esta problemática, sobre todo a partir del cameo de Elijah Wood —demasiado breve— como escritor de bestsellers que sale con su ex mujer. 

Si Longlegs significó un debut pateando el tablero y homenajeando lo mejor del cine de terror de los setenta al combinar el género policial con el fanatismo religioso y el ocultismo, El mono reúne bastante del cine de los noventa, con sus guiños tarantineanos y hasta, por momentos, lyncheanos, caminando al borde de la cornisa entre el miedo y la parodia, el absurdo y la sátira. También en cierto trabajo de fotografía, a cargo del mexicano Nico Aguilar, donde se logran ciertos tonos de rojo bermellón, iluminación lúgubre y una estética que remite a films de terror en pátina de VHS.

Más allá de si comedia y terror se funden en un camino armonioso, el núcleo de este relato es evidente. Este se evidencia en la caja donde el pequeño Hal encuentra al mono. Allí se lee una frase entre comillas: “Como en la vida”. Al principio no la entienden. A lo largo del tiempo, todo irá cobrando sentido. Porque, al fin y al cabo, de eso se trata esta historia: de que, más allá del sacrificio y el esfuerzo personal, la vida también se resume en una persona muriendo de manera aparentemente inexplicable y brutal al mismo tiempo que suena el golpe de tambor de un mono de juguete.