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La muerte le sienta bien

Bong Jong-hoo vuelve a la pantalla grande con Mickey 17, una épica sci-fi en la que combina varios de sus temas insignia, desde las diferencias de clase y los monstruos hasta la exploración de varios géneros y cambios de tono, acompañado por una gran performance doble de Robert Pattinson, que cada vez se consolida más como uno de los grandes actores de su generación.

 

Catapultado a un estratosférico éxito internacional luego de la aclamada y multipremiada Parásitos, Bong Jong Hoo vuelve a enfocarse en las dinámicas del capitalismo tardío –esta vez en un setting interestelar–, acaso impulsado por las posibilidades financieras de una alianza con Warner Bros.

Robert Pattinson, irreconocible al comienzo en una narración voice-over entre patética y cómica, es Mickey, un pobre tipo al que no le queda otra que sumarse a la conquista del espacio comandada por una gruesa caricatura de Trump (o coloque aquí cualquier otro líder reaccionario/religioso/autoritario/xenofobico) interpretada por Mark Ruffalo y una prótesis dental prominente a lo Jonah Hill en El lobo de Wall Street. Acompañando a Ruffalo está la siempre excepcional Toni Colette, una primera dama enfocada en hacer salsas a partir de los más variopintos ingredientes. Parece ridículo, como muchas de las cosas en esta película.

Mickey tuvo que escapar del planeta cuando un préstamo con un usurero mafioso se le hace impagable, y junto a su amigo Timo (Steven Yeun), se suman a una nave espacial que va camino a la colonización del planeta Niflheim, llamado así por sus parajes tan áridos como gélidos, poblados por criaturas subterráneas y peludas denominadas Creepers.

La exposición es abundante en la primera mitad de la película, que nos pone a tiro con la situación de Mickey, tanto pasada como actual. Mickey se anota en la misión como un descartable, una particular tarea que aparenta ser simple: si se muere, lo vuelven a la vida a través de una suerte de impresora 3D futurista, con sus recuerdos intactos, backupeados desde un ladrillo (literal).

Eso hace que se vuelva carne de cañón para los trabajos más ingratos, desde someterse a la exposición de cantidades extremas de radiación solar ‘’solo para que ver pasa’’ a aspirar el aire potencialmente letal del planeta a colonizar, y más, muchas más, que indican por qué estamos en la iteración número 17 del personaje titular. 

En la novela original de Edward Ashton, Mickey llegaba hasta el número 7, indicando que Bong Jong Hoo aprovechó para jugar un poco más con las posibilidades del trabajo tan particular de Mickey. Así, en un montaje que se vuelve cada vez más exagerado, vamos viendo las sucesivas muertes una a una, y conociendo más su entorno: una novia adorable, Sasha (Naomi Ackie), que parece tratarlo con devoción (y muchísima calentura) y una crew de científicos un tanto desensibilizados al hecho de estar literalmente reviviendo un ser humano adulto luego de experimentar con él deliberadamente. Incluso una escena lo muestra más o menos vivo a punto ser incinerado en la recicladora y Pattinson exclama algo así como ‘Está bien, sigan nomás’, tal es su acostumbramiento a su ingrata tarea.

Eventualmente, termina salvado de morir congelado por los bichos afables y peludos que se supone debería dedicarse a capturar. Así, Mickey vuelve como si nada a su habitación y se encuentra con el clon número 18. Se ve que tan acostumbrados están a darlo por muerto que ya imprimieron su reemplazo y así se desata el verdadero conflicto de la película: la presencia de múltiples es indicador de pena capital. Muerte definitiva para ambos clones, borrado del backup de recuerdos. 

Temiendo ese destino, los Pattinson (17, sumiso y atemorizado, 18, corajudo y temerario) entran en disenso mientras empiezan a desatarse toda una serie de conflictos adicionales entre la intriga, el thriller y el slapstick, mientras las tensiones políticas empiezan a agravarse producto de las intenciones del comandante Kenneth Marshall (Ruffalo) de cometer un genocidio alienígena y aniquilar a los creepers con un arma biológica. 

Los pobres habitantes originales del planeta solo quieren vivir en paz, en un giro humanista que recuerda tanto películas anteriores del director como el cine de Studio Ghibli, donde la convivencia con la naturaleza aparece como un tema central. También hay algo de Snowpiercer aquí, entre la premisa algo nihilista y los protagonistas confinados a un espacio pequeño.

Los elementos satíricos son tan burdos como caricaturescos, desde el líder autoritario (que incluso es rozado por una bala en la cara, en una asociación más que obvia) a la idea de trabajar literalmente hasta la muerte y más allá en un sistema tan explotador como deshumanizante, pero el balance de géneros, las actuaciones tanto del protagonista como del excepcional reparto y el excelente diseño de producción (la nave, el planeta, las criaturas) sostienen una película que logra atrapar y ser furiosamente entretenida de principio a fin. El fin del mundo probablemente sea menos disparatado que en las visiones de Bong Joon Ho, que encuentra en la distopía un pequeño rayo de esperanza y pases de comedia. Para eso está el cine.