Mucho más que un filtro de Instagram
En El Esquema Fenicio, Wes Anderson desafía su propio artificio estético para entregarse al vértigo narrativo. Entre explosiones, desiertos y simbolismos, vuelve a demostrar que estilo y emoción no son incompatibles.
“Alguien debe cubrir la diferencia”, dispara una y otra vez Anatole “Zsa-Zsa” Korda mientras las heridas en el rostro, pecho y abdomen, resabios de su último intento de asesinato por parte de sus enemigos, aún supuran. Hará hasta lo imposible para que le cierren los números. Es un hombre de negocios pero, sobre todo, de armas tomar. Aunque a veces se emocione por una bella obra de arte o al intentar recuperar el amor de la hija que más le interesa.
Un magnífico Benicio del Toro –en un rictus canchero y, al mismo tiempo, sensible que remite por momentos al Teniente Aldo de Inglorious Bastards encarnado por Brad Pitt— es el protagonista de El esquema fenicio, lo nuevo de Wes Anderson. Luego de dos films irregulares –The French Dispatch y Asteroid City– y de sus adaptaciones de relatos de Roald Dahl –The Wonderful Story of Henry Sugar and Three More–, aquí el realizador texano, obsesionado por la simetría y los colores pastel, recupera toda su potencia.
Esta comedia negra gira en torno a un particular ¿empresario/contrabandista/padre ausente? que hará hasta lo imposible por que sus negocios le salgan bien. Está acompañado por su hija Liesl, a quien acaba de recuperar y ha transformado en su heredera obligándola a abandonar sus votos religiosos como novicia —gran debut protagónico de Mia Threapleton, quien lleva la actuación en sus genes: es hija de Kate Winslet— y por Bjørn, el peculiar tutor de sus hijos y profesor de biología, obsesionado por los insectos, timorato y encantador, a cargo del entrañable Michael Cera.
El ritmo es electrizante. La película es arriesgada desde el comienzo, con una secuencia que roza lo bizarro, lo gore y el homenaje al cine oriental por lo sangrienta. Anderson parecería haber tomado nota de todos sus críticos, quienes lo acusaban de estar copiándose a sí mismo y abusando de una fórmula remanida. Lo logra, también, asentándose en una fórmula de guion clásico, casi tarantinesca, dividida en pequeños episodios a través de los cuales uno sigue el periplo de este disparatado trío en medio de desiertos, fiestas y transfusiones de sangre. En el medio, un particular ejército guerrillero pone todo patas arriba y agrega una pátina más de delirio y complejidad.
Los cameos, como nos tiene acostumbrados Wes, son geniales: Tom Hanks y Bryan Cranston –en una escena desopilante donde, con destellos de The Office, definen un negocio en una particular y clandestina partida de básquet, dos contra dos–, Benedict Cumberbatch como el misterioso tío Nubar, la siempre magnética Scarlett Johansson –quien tiene su escena de plano conjunto con Threapleton en una suerte de paso de antorcha generacional– y el infaltable Bill Murray haciendo de Dios –porque en el universo de Wes Anderson, si surgía una aparición del Todopoderoso, ¿quién más podría interpretarlo?–.
Si bien hay cierta puesta en abismo por parte del realizador, tampoco traiciona sus principios visuales. El diseño de producción, a cargo de su socio infaltable Adam Stockhausen, vuelve a deslumbrar. Esto se aprecia, también, mediante el uso de planos generales donde se pueden ver todo tipo de decorados y objetos. Ambientada en los años cincuenta, es un deleite para escapar por un rato al asedio de las pantallas.
La simetría descansa un poco en este film dándoles paso a deslumbrantes primeros planos que resaltan la emotividad de los personajes, algo que suele ser recurrente en su cine, pero esta vez logra nuevos ribetes, en otro guiño clásico casi al estilo desgarrador de Carl Theodor Dreyer.
Los colores no son solo pasteles sino que por momentos se vuelven desaturados, opacos, en representaciones visuales del pasado oscuro de este particular hombre de negocios que acude a todas sus reuniones con un par de granadas de mano. También hay momentos lyncheanos: ante cada intento de asesinato o casi muerte del protagonista, vemos una secuencia celestial con un montaje intermitente que se vuelve ominoso y remite al creador de Twin Peaks al que todavía extrañamos.
Los simbolismos y alusiones están por todas partes. El catolicismo –que algunos señalan que está recobrando cierto protagonismo perdido para algunas generaciones– reverbera a lo largo de todo el film, sobre todo a través del personaje de la novicia Liesl. Pero también la calavera, apoyada sobre el escritorio de Zsa-Zsa, podría ser un guiño a Hamlet, aquel drama shakesperiano donde un príncipe se atormenta hasta la locura por la muerte de su padre, donde también hay un tío asesino y desquiciado. O bien podría ser el cráneo del propio autor que se anima a ir en contra de su propia facilidad.
Film de espías, novela de aventuras, vínculos familiares rotos o todo eso junto, El Esquema Fenicio se suma al panteón de lo mejor de Wes Anderson junto a The Royal Tenenbaums, Moonrise Kingdom, Fantastic Mr. Fox y The Grand Budapest Hotel. Ratifica que todavía puede contar una buena historia y es mucho más que un filtro de Instagram.