Hay varios elementos en Todos somos extraños, la nueva película del director británico Andrew Haigh, que resuenan de sus películas anteriores. La idea de que uno de los protagonistas mire, desde la ventana de un edificio alto, la otro que está afuera, en la planta baja, es una imagen recurrente en Weekend, su exitosa película de 2011, la que lo puso en el radar. En Todos somos extraños también está la contraparte de esa misma idea, con el personaje de Adam (interpretado por Andrew Scott, el sacerdote de la segunda temporada de Fleabag) en la planta baja mirando a Harry (Paul Mescal, de la serie Normal People y la película Aftersun), quien está detrás de la ventana de su departamento. Son varios los recursos visuales y temas que eran importantes en las películas anteriores de Haigh y en la serie Looking, de la cual fue director y guionista, y que aquí reaparecen. El pasado de los personajes, su salida del clóset y la relación con sus padres, cuyos relatos ocupaban muchísimo espacio tanto en Weekend como en Looking, se vuelven centrales en su película más reciente, una adaptación de la novela Strangers, que el escritor japonés Taichi Yamada escribió en 1987 y que ya había tenido una adaptación cinematográfica en 1988, llamada The Discarnates y dirigida por Nobuhiko Ôbayashi. Además de la historia de amor entre Adam y Harry, gran parte de Todos somos extraños narra el reencuentro de Adam, un guionista que está intentando escribir un nuevo trabajo de tintes autobiográficos, con los fantasmas de sus padres (interpretados por Claire Foy y Jamie Bell), quienes murieron en un accidente de tránsito cuando Adam tenía 12 años. Adam vuelve a su pueblo natal y a la casa en la que pasó su infancia y allí lo esperan sus padres, a veces uno solo de ellos, a veces ambos, y con el mismo aspecto que tenían antes de morir, para ponerse al día con él, para que él les cuente acerca de su vida posterior a la muerte de ellos, para saldar cuentas y pedirse disculpas por temas olvidados o no tanto.
Todos somos extraños es historia de amor y «cuento de fantasmas» en partes iguales, pero es claro que el carácter autobiográfico del guion que está escribiendo Adam tiene su correlato en Haigh, su pasado y su historia de vida, más aún cuando nos enteramos de que Haigh filmó las escenas de Adam con sus padres en la casa en la que él mismo vivió durante su infancia, y que el restaurant al que va con ellos en un momento de la película está en un shopping que Haigh frecuentaba muchísimo de chico. La película está llena de referencias a los gustos musicales que tenía Adam cuando era chico (Frankie Goes to Hollywood, que juega un papel central en la película, y The Housemartins, Pet Shop Boys y Erasure, por ejemplo), y que también es la música que escuchaba Haigh. Acerca de la inclusión de la canción «The Power of Love», de Frankie Goes to Hollywood, Haigh, en una entrevista para The Guardian, dice: «La música pop era muy importante; me daba esperanzas cuando era chico. Solía cantar «The Power of Love» sin entender mucho nada acerca de mí mismo en ese momento, pero sabiendo que añoraba algo, y creyendo que algo podía ser posible. Cuando incluí esta canción en la película, estaba pensando en cómo mi yo de la infancia habría estado maravillado de que yo estuviera haciendo lo que hago ahora: tener la posibilidad de contar una historia sobre personas queer para que otra gente las vea, y que esa gente no se horrorice”.
Juan Pablo Martínez