Entrevistas

La isla del tesoro

Aníbal Corcho Garisto estrena Martín García, su ópera prima de ficción después de una larga trayectoria en el documental. Es la historia de Germán, un joven con aspiraciones artísticas que se muda a la isla homónima junto a su madre. El vínculo con los habitantes de la isla, un esquema de rodaje poco ortodoxo y el recuerdo siempre presente de Edgardo Cozarinsky definen a esta película, fascinada con la naturaleza y el amor de juventud.

Por Andrés Brandariz

 

Así como Germán (Ignacio Quesada, protagonista) viaja a Martín García, el equipo debió hacerlo para filmarla. Imagino que un rodaje así –conviviendo en un territorio con pocos habitantes, aislado del continente– habrá tenido su propio color, diferente a un esquema en el que cada uno vuelve a su casa después de la jornada. ¿Considerás que esa dinámica influyó en la película que se estaba haciendo?

La película se filmó íntegramente en la isla. A principios de 2022 –cuando ya sabíamos que sí o sí tenía que suceder el rodaje por más que nos faltaba conseguir mucha plata– yo separé la preproducción e hice un diseño de producción distinto al convencional, por decirlo de alguna manera. Me interesaba empezar a trabajar en enero, aunque el grueso de la película se filmó en octubre. Viajamos dos veces en enero, y en febrero viajamos tres. Fuimos en equipo, el equipo del amor, cuyos roles no estaban tan definidos en esos primeros viajes y trabajó en el desarrollo a lo largo de ocho meses.

En esos viajes, y más aún cerca del rodaje, convivimos en la isla. Por momentos éramos 40 y la isla tiene 100 habitantes, así que aumentamos en un 40% la población. Todos vivimos un poco lo que le pasa a Nacho, que interpreta a Germán: no había WiFi, poco 4G, porque cada uno se iba conectando consigo mismo a medida que recorría la isla. Por momentos la luz se cortaba o no había agua, lo mismo que vive Germán con ese cambio de vida tan fuerte viniendo desde Buenos Aires.

Martín García es tu primer largometraje de ficción, pero ya tenías una extensa trayectoria como documentalista y productor, dos quehaceres que implican confrontar constantemente con los aspectos más pragmáticos de hacer cine. ¿Sentís que esas experiencias moldearon tu forma de abordar la ficción?

Yo creo que sí. Al hacer cine hace mucho tiempo, me interesaba que cada uno del equipo técnico, desde el eléctrico hasta el director de sonido, tuvieran claro qué tipo de película estábamos haciendo, dónde íbamos a hacerla y qué amor había que ponerle. Creo que eso se refleja en la pantalla, y también en el grupo humano que se armó, intérpretes y equipo. Fue importante hacer la película con esa dinámica.

Si bien Martín García es una ficción, tiene mucho de documental. Cuando uno hace una recreación en un documental, suele recibir el comentario de que tiene mucho de ficción. Acá pasó al revés. Lo trabajé de antemano con Delfina Margulis (directora de fotografía) y Lara Baldino (sonidista). Sabíamos que teníamos que poner atención para salir a robar imágenes, cosas que no contemplábamos, pero era necesario registrar para aprovechar al máximo lo que la isla tenía para darnos: un barco que llegaba, una avioneta que despegaba, sucesos únicos que contaban el entorno y la vida cotidiana.

Al comienzo de la película aparece gente que estaba haciendo turismo de verdad. Obviamente les pedimos permiso, pero se filmó como un documental. Yo creo que esa es una herencia de mi trabajo documental, y este diseño de producción que ya te comenté también.

Es un proyecto de larga data. Recuerdo que en un punto iba a ser protagonizado por Ángelo Mutti Spinetta, con Romina Gaetani en el papel de su madre (roles que interpretaron finalmente Ignacio Quesada y Mora Recalde). Años que pasan, actores que crecen… ¿Cambió el proyecto desde su concepción hasta su realización?

Viajé a la isla por primera vez en 2015 con Vanina Sierra (que escribió el guion conmigo). Fruto de ese viaje, hicimos la primerísima versión del guion. En 2017 nos presentamos a un concurso del INCAA, para desarrollo de proyectos de ficción. Podías hacer un teaser, o un dossier para viajar a festivales. Como amo filmar, nos decidimos por el teaser.

En ese punto, convocamos a Ángelo y a Romina e hicimos el teaser. Ángelo fue Germán y Romina fue Carla, la madre. Después, por cuestiones de agenda, porque crecieron, porque yo también crecí e imaginaba otros personajes para esa historia, entraron primero Nacho y después Mora. Así que cambió mucho, por momentos de elenco pero sobre todo de historia.

En 2022, cuando fui a la isla ya sabiendo que íbamos a filmar, reescribimos el guion en función de las locaciones. La isla me dio información que yo volqué al papel. Diría que el guion se terminó en el rodaje, y que hubo mucho que pusieron lxs intérpretes a lo largo de los ensayos, cosas que se les ocurrían y terminamos filmando.

Cuando fui a conocer Martín García, me pareció un lugar casi mágico. La película captura esa sensación, con especial énfasis en que gran parte de esa magia tiene que ver con la gente la habita. Recuerdo la proyección en el Bafici –en la cual procuraste mencionar a todos– y me fui pensando en todo el bien que le puede hacer un rodaje a una comunidad, desde los aspectos más humanos (generar lazos afectivos, aprender cosas nuevas) hasta los económicos (fomentar el turismo, apoyar la producción de la isla). ¿Qué recordás y quisieras destacar del vínculo con los habitantes a lo largo del proceso?

Para mí el cine son eso lazos afectivos. Desde nuestro propio vínculo –cuando vos y yo nos conocimos en el rodaje de Sinfonía para Ana, hace 9 años– hasta mi primer documental, Originarios –que filmé en 2003 y estrenó en 2005 en el MALBA–, sobre una comunidad mapuche. Esos pibes que en ese momento tenían 14, 15 años ahora son amigos. Sigo hablando con ellos, 19 años después. Tengo relación con todas las personas con las que he trabajado en cine, y me parece que el vínculo humano es lo más importante que nos da nuestro trabajo. Conocemos un montón de gente, estamos en lugares donde jamás pensarías que vas a ir –en mi caso Haití, cuando filmé Kombit (2015)–. Me quedo con dos palabras: aprender y compartir, generando lazos afectivos, como bien decís.

Produjiste dos de las últimas películas de Edgardo Cozarinsky: Medium (2020) y Dueto (2023), antes de que falleciera en junio de este año. Un colega y –no me quedan dudas– un maestro. ¿Qué recordás de su mirada como realizador, y en qué punto se encuentra con la tuya?

Edgardo Cozarinsky pudo ver Martín García en enero de este año y me dijo que había conectado con la isla y su naturaleza. Le pareció una película simple, que no quería inventar nada, pero el contacto con la naturaleza que mostraba era único. Incluso iba a escribir unas palabras al respecto y, bueno, pasó lo que pasó y no pudo hacerlo.

Aprendí muchísimo de Edgardo, es mi maestro. En algunos momentos del rodaje, cuando nos preparábamos para filmar esos acontecimientos únicos, el equipo de Martín García decía: “Se viene el plano Cozarinsky”. Edgardo filma así, un plano y una toma. Por ahí porque viene del 35mm, pero siguió filmando de esa manera sus películas en digital. Le interesaban las cosas que sucedían solo una vez. Así que todo el equipo sabía que cuando venía el “plano Cozarinsky” era toma única. Él estuvo presente en el rodaje de Martín García y me ayudó muchísimo. Un genio. Lo recuerdo todos los días.

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