Por su 20º aniversario, Harry Potter y el prisionero de Azkaban, la tercera película de la saga –y la única dirigida por Alfonso Cuarón–, vuelve a las salas.
Con el llamado «Wizarding World», la franquicia de Harry Potter ahora explora y abarca más historias, como la saga de Animales fantásticos y la próxima serie producida por Max, que promete ser épica y lo más fiel a los libros que se haya visto jamás.
Harry Potter comenzó siendo un fenómeno literario, y dio un paso natural hacia una franquicia cinematográfica. Las primeras dos adaptaciones fueron dirigidas por Chris Columbus, conocido por películas como Mi pobre angelito (1990) y El hombre bicentenario (1999). El universo mágico que se creó era ilustrativo y servía a la imaginación de millones de lectores: los personajes tenían caras, habitaban espacios comunes, la magia estaba naturalizada y los villanos cargaban con el terror necesario. Las primeras dos películas transmitían (casi) de manera literal lo que sucedía en los libros.
Para Harry Potter y el prisionero de Azkaban, el productor David Heyman, quien había visto Y tu mamá también, llamó a Alfonso Cuarón buscando marcar una diferencia entre las dos primeras, alegando que si Y tu mamá también era una película que trataba del fin de la adolescencia, Harry Potter y el prisionero de Azkaban hablaba sobre su comienzo.
La visión de Alfonso Cuarón rompe con el tono de las primeras y empieza a introducir una oscuridad que va a ir creciendo cada vez más en el resto de las películas. En Harry Potter y el prisionero de Azkaban, Cuarón se enfoca en la idea del tiempo con sutileza narrativa y visual: el paso del tiempo lineal –las estaciones, marcadas con breves escenas que muestran al sauce boxeador con nieve o florecido– al tiempo detenido –ralentizado y acelerado en la secuencia del autobús noctámbulo- y luego al no lineal –aquel que puede retrocederse con el giratiempos de Hermione–.
Harry Potter y el prisionero de Azkaban es una película muy diferente al libro. Y además es una adaptación que tiene el desafío de introducir a los dementores, Hogsmeade, el mapa del merodeador, Azkaban, las clases de adivinación, personajes relevantes como Lupin y –claro– ni más ni menos que Sirius Black, interpretado por Gary Oldman. Cuarón se corre un poco de lo literario, lo ilustrativo y lo clásico para permitirse experimentar desde lo cinematográfico, sumando momentos de comedia slapstick y algunas secuencias lisérgicas como la del autobús noctámbulo, además de varios juegos de cámara y al gran Alan Rickman disfrazado de abuela. Es durante esos momentos que la atmósfera refleja ese paso de la niñez a la adolescencia, permitiendo lo ridículo e inocente pero, al mismo tiempo, intercalando escenas en las que los ambientes se van oscureciendo y la felicidad se desvanece.
Como si fuese una poción multijugos, por más que se parezca al resto, Harry Potter y el prisionero de Azkaban jamás será como el resto de las películas, y el paso del tiempo lo demuestra cada vez más.
Rocío Rocha