En De noche con el Diablo, la necesidad de más rating lleva a un conductor en desgracia a meterse con fuerzas que no puede manejar. Los hermanos Colin & Cameron Cairnes se trasladan a los años 70 encuentran el terror en un estudio de televisión.
En Estados Unidos, el formato de late night siempre fue toda una institución del mundo del entretenimiento televisivo (algo que nunca pudo suceder en nuestro país). Y también representa una cima profesional para quien lo conduce. Significa llegar (esa noción de triunfo tan norteamericana y nociva) y tallar un nombre, a partir de ahí, reconocido. Espectáculo de variedades y acumulación (recordar –o googlear– el mítico Sábados circulares con Pipo Mancera como buena referencia), pero principalmente se trata de un talk show donde el ingenio verbal, el poder de adaptación a cualquier cosa que ocurra y el humor del conductor de turno se ponen a prueba constantemente y se despliega en todo su esplendor. Ese es el equilibrio delicado que hay que sortear: salir airoso siempre, surfear todos los momentos que se presenten, caer parado por más que el suelo se mueva sin piedad, y tener siempre lista una punch-line (un buen remate) para cerrar cualquier charla.
A ese lugar acaba de llegar, en 1977, Jack Delroy (interpretado por David Dastmalchian) con su late night llamado Búhos nocturnos. Sin embargo, no termina de consagrarse porque siempre está por debajo del programa de Johnny Carson. Así que va a recurrir a cualquier contenido impactante para llegar a mayores niveles de audiencia, lo que nos lleva a esta noche a la que hace referencia el título.
De noche con el Diablo está ambientada en la noche de Halloween de 1977. Esta película de los australianos Colin & Cameron Cairnes (que con este nuevo trabajo continúan cimentando su camino marcado hacia el terror) utiliza el formato de falso documental (y de “cinta encontrada” o found-footage) para mostrar lo que ocurrió durante todo un programa que marcó un hito legendario y fatal para la televisión norteamericana y para la vida del conductor de Búhos nocturnos.
Los invitados de esta noche especial buscan shockear a la audiencia (eran los 70, todavía era posible): un medium, un ex mentalista con la misión autoimpuesta de desenmascarar a cualquier truco sobrenatural (la voz que descree de todo) y la parapsicóloga y escritora June Ross-Mitchell junto a una niña que cuenta estar poseída por el Diablo. La película va creciendo en intensidad a medida que estos invitados van apareciendo y aportando su fracción de terror, desconcierto y caos hasta llegar a su punto cúlmine hacia el final donde también se desestabiliza todo y la desgracia desborda de forma imparable: desde la destrucción del mismo estudio hasta la vida del protagonista (que ya cargaba con la muerte de su esposa por un cáncer).
La ambientación setentista aporta varios elementos que contribuyen al placer: la estética en lo visual y la reconstrucción de ese momento de la historia marcado a fuego, el recuerdo de una época hiperviolenta que crea un clima de peligro inminente donde todos los horrores reales estaban ocurriendo en la vida norteamericana (y también en Argentina) y eso daba lugar a que sucedieran terrores provenientes del Más Allá, y las referencias como guiños implícitos a película clásicas de entonces como El exorcista (incluso en el parecido de la joven poseída con Linda Blair) o El resplandor. En este panorama, se coquetea con la pertenencia a sectas (con sus respectivos sacrificios humanos y paranormales) de quienes llegan al poder en el universo del entretenimiento (¿golpe a la cientología?). Son todos elementos que se disfrutan porque están sugeridos y disponen con sutileza. Es un tipo de terror que no se maneja desde el espanto más visceral, sino desde la irrupción de sensaciones inesperadas en momentos claves. El ritmo y el equilibrio que maneja la película (la dosificación de la intensidad es importante) producen una hora y media de buen entretenimiento. Y también puede ser leída como una lectura del entretenimiento mismo: ¿qué estás dispuesto a hacer para llamar la atención de los demás? En tiempos de redes sociales vale la pena la pregunta. La respuesta está flotando en el algoritmo interno de cada uno.
Walter Lezcano