Luego de pasar por el Festival de Berlín, la cuarta película del sueco Levan Akin llega a las salas argentinas. Íntima a la vez que expansiva, Caminos cruzados cuenta la travesía de una maestra georgiana que viaja a Estambul en busca de su sobrina.
Lia (Mzia Arabuli), una adusta mujer de mediana edad, camina con paso firme bordeando la costa. Llega hasta una casa muy humilde donde, en el medio de una turbulenta familia, el joven Achi (Lucas Kankava) está empezando su adultez. Lia busca a su sobrina, Tekla, que solía vivir en la propiedad contigua con otras chicas trans. Sin embargo, se entera Lia, hace rato que Tekla ya no vive ahí: desalojada junto a sus compañeras por odio a su identidad de género, Tekla decidió migrar a Turquía –más concretamente, a Estambul–. “No tengo futuro y, por lo tanto, no tengo planes”, dirá Lia mucho más avanzada la película. “Simplemente estoy aquí hasta que deje de estarlo”. Así, como quien nada tiene que perder, la maestra –secundada por Achi, quien tampoco tiene muchas razones para quedarse en Georgia– emprende el viaje en busca de la sobrina perdida.
Caminos cruzados es un viaje íntimo y, a la vez, expansivo. El medio de transporte que predomina es el ferry, que la cámara de Akin aprovecha para regalarnos bellísimas imágenes de la improbable dupla de Lia y Achi, ella tan áspera y en control, él tan desorientado como dispuesto a la aventura. A medida que se acercan a Estambul, otro personaje maravilloso hará su aparición: Evrim (Deniz Dumanlı), una abogada trans que podría ser –o no– la sobrina perdida, bajo un nombre nuevo.
Los desencuentros no son sólo interpersonales, sino idiomáticos: acostumbrada al georgiano, Achi ensaya el inglés y Lia el ruso para intentar comunicarse con los locales. Esa torre de Babel es espejo de ese otro desencuentro: el ocurrido tantos años atrás entre la sobrina Tekla, su madre y su tía. Poco a poco, Lia irá descorriendo el velo de su vulnerabilidad y comprenderemos que este viaje no sólo implica para ella la perspectiva de un reencuentro; también una posible redención. Si es demasiado tarde o no sólo se sabrá haciendo ese cruce: uno que se mide en años de distancia, ancho como el Mar Negro.
Andrés Brandariz