Estrenos

Miles de voltios de atracción

Algo que no sabíamos que extrañábamos era el cine de catástrofe bien entendido. En Tornados, el director Lee Isaac Chung tiene la misión de aggiornar el ya clásico de 1996 a las preocupaciones modernas sin perder lo esencial de un subgénero que creíamos extinto.

 

Hubo un tiempo, no muy lejano, en el que las películas del denominado cine catástrofe, con referentes como Michael Bay y sobre todo Roland Emmerich, invadían las carteleras con un notable éxito. Los resultados eran más bien dispares, pero uno sabía lo que se encontraba al sentarse en la butaca: explosiones, movimientos bruscos de cámara, edificios y/o ciudades enteras destrozadas y alguna que otra historia mínima, mayormente familiar, para generar empatía entre tanta tragedia. Como con toda fórmula, el entusiasmo por este subgénero del cine de acción fue agotándose hasta perderse en la memoria de aquellos que aún hoy extrañan este tipo de divertimento efectivo. Para esos espectadores, el estreno de Tornados, ¿remake? del clásico de 1996 que se cansó de repetir una y otra vez la televisión argentina, es realmente una buena noticia.

La película sigue los pasos de Kate (Daisy Edgar-Jones), una “domadora” de tornados que tiene un sexto sentido, un poco pragmático, otro tanto sobrenatural, para predecir cuándo se van formar estos fenómenos o cuál tendrá una magnitud más allá de lo normal. Tras una experiencia traumática en el trabajo de campo, la joven se refugia en una oficina de Nueva York, durante varios años, tratando de olvidar lo sucedido. Pero Javi (Anthony Ramos), un viejo compañero de travesías, la recluta para que sea consultora de su nuevo proyecto: una empresa que obtiene información de los tornados vía radares para anticipar y evitar daños catastróficos en las ciudades del sur de Estados Unidos.

De regreso a la ruta, Kate nota que el mundo de los cazadores de tormentas ha cambiado drásticamente con la aparición de celebridades de YouTube que utilizan a los tornados para probar, por ejemplo, fuegos artificiales. Entre estos nuevos famosos está Tyler Owens (Glen Powell), un vaquero soberbio, con su sombrero tradicional y una sonrisa compradora, cuyos videos suman millones de reproducciones y su cara es parte de los más variopintos productos de merch. Las diferencias entre Kate y Tyler son espirituales, pero tarde o temprano se dan cuenta que son sólo dos personas apasionadas por el clima y que cuentan con una formidable intuición. Apoyados en sus diferentes equipos, salen a las rutas de Oklahoma para hacer lo que aman: cazar tornados.

La suma de nombres delante y detrás de cámara de Tornados es realmente interesante. Como ya había pasado con Michael Sarnoski (Pig) en Un lugar en silencio: Día uno, un estudio inmenso posó su mirada en un director indie, con poca experiencia pero mucho consenso crítico, y le brindó todas las posibilidades -o sea, millones de dólares- para hacer una continuación sobre algo ya probado. En este caso, Lee Isaac Chung llamó la atención de Universal tras el éxito de Minari -nominada a seis Premios Oscar en esa extraña ceremonia pandémica de 2021- y aceptó trabajar en esta nueva versión de la película de Jan de Bont con Helen Hunt y Bill Paxton. Originalmente escrita por Joseph Kosinski (Top Gun: Maverick), Tornados necesitaba una buena dupla protagonista y la encontró en un actor y una actriz en constante ascenso: el carismático Glen Powell (sí, es la tercera película estrenada este año con él como personaje principal y la segunda en los últimos veinte días) y la talentosa Daisy Edgar-Jones, que venía de brillar en la miniserie Normal People. Con el diario del lunes se puede afirmar, sin miedo, que las decisiones fueron más que acertadas.

Con una marcada preocupación por el cambio climático y por el uso de la big data para fines nocivos (aquí un punto de relación con la última Misión: Imposible), Tornados se dirime entre lo grandilocuente y lo particular, lo viejo y lo nuevo, lo artesanal y lo tecnológico, la vida y la muerte. Lee Isaac Chung hace foco en los daños y consecuencias de las pequeñas y grandes tragedias, pero no olvida la regla de oro del cine de catástrofe: siempre hay que mostrar cómo sucede y mientras más estruendoso, mejor.

 

Alejandro Tevez

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