En su debut como guionista y directora, la actriz Zoë Kravitz ofrece en Parpadea dos veces una historia de terror psicológico donde las alianzas femeninas se fortalecen para enfrentar la violencia masculina. Cuando los sueños se vuelven pesadillas, despertar es una aventura dolorosa.
Un debut en el cine –y en la vida– es para siempre. Ingresa en ese océano del tiempo en donde, para los involucrados, ya no es posible que caiga en el olvido ni se pierda. Una primera vez –un comienzo– es una instancia definitiva por más que los almanaques no se cansen de correr y seguir adelante. Es un paso temerario que, a su manera, marca un rumbo. La icónica actriz Zoë Kravitz (Alta fidelidad, Batman, etc.) hace un doble viaje iniciático para ampliar su campo de acción y pensamiento: como guionista (junto a E.T. Feigenbaum) y directora. Y decide entregar como primera incursión en el universo de la realización una suerte de statement o declaración de principios para los tiempos que corren: Parpadea dos veces. Pero su mirada –política, por supuesto, pero sin bajar línea panfletaria– está encubierta y metida adentro de un cuento de horror, venganza y violencia extrema reparadora.
Frida (Naomi Ackie) y Jess (Alia Shawkat) son mejores amigas, viven juntas y trabajan como mozas en eventos. Una noche les toca servir copas en una gala benéfica a cargo de una empresa de tecnología cuyo CEO es Slater King (Channing Tatum), quien al comienzo de la película pide disculpas por un comportamiento del pasado que pudo “arreglar” gracias a la terapia. En un momento de la gala, Frida y Jess deciden pasar al otro lado del mostrador: se quitan los uniformes de trabajo, se ponen sendos vestidos elegantes y deciden infiltrarse en la fiesta. Lo consiguen sin que nadie lo note ni las “descubra”. Y no solo eso: son invitadas por Slater King a seguir la caravana de fiesta, junto a su grupo de amistades, en su isla privada. A partir de acá, una vez que aterrizan en ese lugar, empiezan a delinearse esos bordes siempre dudosos entre lo que se considera paradisíaco y esconde lo terrible, entre la concepción de paraíso y la posibilidad de que en realidad eso (lo regalado sale caro) solo sea otra forma más del infierno en la tierra.
Es atractiva la manera en la que se hace un uso productivo del montaje porque es una historia donde la memoria (que siempre falla o engaña) y la fragmentación (esos pedazos de sentido a los que a veces cuesta encontrarle una narrativa) harán su trabajo de revelación y descubrimiento de lo que esconde tanto supuesto goce y placer. Es entonces cuando la historia va derivando hacia el suspenso, el thriller mental y la amistad femenina ocasional para encontrar la liberación (en su costado concreto y su aspecto simbólico).
Es una película que avanza con seguridad (aunque tiene referencias claras de muchas otras películas de este tipo) y donde parece que Zoë Kravitz tenía muy claro hacia dónde quería dirigirse: comentar el presente de las mujeres desde una historia entretenida (incluso con logrados momentos de humor) donde se manifieste la manipulación absoluta e impune por parte de los hombres.
En un momento de la película (en el medio del fuego y la sangre salpicando) aparece un debate en forma de pregunta: ¿es posible perdonar o solo resta acceder al olvido para continuar una vida? En ese interrogante que esta historia arroja es donde se cifra una línea de pensamiento para mirar de frente la actualidad de los vínculos y el lugar de los sectores de la sociedad que todavía están buscando su espacio de realización en el nuevo reordenamiento político/ideológico del presente.
Walter Lezcano
