¡Atención, atención! Regresó el mejor Linklater: el lúdico, el sencillo pero no simplista, el cómico, el que no está con el tema del prestigio, el cinéfilo. Cómplices del engaño es una vuelta a las raíces de uno de los cineastas norteamericanos más versátiles y coherentes de su generación.
No es una tarea sencilla encontrar directores que desborden de cinefilia o que se note en sus películas que conocen exhaustivamente géneros y convenciones y, más que nada, que construyen su filmografía desde el profundo amor por el cine. En el caso del mainstream norteamericano contemporáneo son contados con los dedos de una mano (quizás el último gran exponente, sin contar a Tarantino, sea Sean Baker), pero si uno se toma el trabajo de enumerarlos rápidamente aparecerá el nombre de Richard Linklater. Antes de embarcarse en otro de estos proyectos desmedidos, el director de obras maestras como Escuela de Rock o de películas infravaloradas como Everybody Wants Some!! –y con algún que otro tropiezo, también– vuelve al terreno que le queda más cómodo: una comedia ligera con personajes ordinarios en situaciones extraordinarias y donde esa cinefilia se filtra y termina por definir la historia y sus particularidades.
Después del éxito de crítica de Boyhood, el director intenta que su cine sea la antítesis absoluta de la película que filmó durante doce años, y la historia de Gary Johnson, inspirada levemente en un caso real, le calza perfecto para esta reinvención. Gary, como lo era Dewey en Escuela de Rock o el propio Bernie, es un tipo común con pocas aspiraciones en su despreocupada vida donde brinda clases de filosofía, es voluntario en la policía local y vive con sus gatos en su departamento. Pero sus días (y su vida) cambiarán repentinamente cuando es encomendado a una misión: debe simular ser un sicario sin escrúpulos para atrapar a criminales y despechados.
Convirtiéndose en un mago del disfraz, el rutinario presente de Gary (en una actuación consagratoria de Glen Powell) da un vuelco más que emocionante. Este será el puntapié para que el profesor reflexione sobre toda su existencia, así como lo hacían los filósofos a los que tanto estudió. Durante uno de los ansiosos casos donde tiene que caracterizarse del falso asesino a sueldo, conoce a Maddy (Adria Arjona), una mujer que quiere ver muerto a su marido. Gary no sólo se enamorará perdidamente, sino que deberá llevar su actuación al extremo cuando queda involucrado en un homicidio real.
Con Cómplices del engaño, un título con un pequeño spoiler pero nada grave, Linklater sabe que le habla a la popular de los críticos y los espectadores de Letterboxd, pero eso no lo hace menos efectivo a la hora de construir películas populares enmarcadas en la tradición de un cine que tanto ama y extraña. Así, el cineasta pone a prueba su inventiva para no ser repetitivo ni dejarse llevar demasiado por sus influencias -que van desde la comedia de enredos hasta los thrillers más baratos de los noventa- y, a su vez, intenta alejarse de esa ridícula idea de que su cine es demasiado fuera de época para estos tiempos que corren. Aunque no lo crean, hay gente que piensa eso y lo ha escrito en grandes medios de comunicación, pero lo peor es que las grandes compañías tienden a pensar lo mismo. “Los estudios ya no tienen ningún interés en las películas que yo solía hacer. Todas esas películas medianas ya no existen. No interesan. No quedan bien en los libros de contabilidad. Así que cada vez trato de hacer lo que quiero usando un método distinto”, confesó en una entrevista reciente.
Con el tiempo, Cómplices del engaño deberá reclamar su lugar en el selecto grupo de películas contemporáneas que son conscientes de sí mismas y de su tradición, donde sus actores no están en modo automático y que se sostienen en su afán por construir un mundo perfectamente coherente aunque lo que suceda en él busque romper todo verosímil. Lo que se dice una película adulta. De esas que Linklater denuncia que no se hacen más.
Alejandro Tévez