En El libro de las soluciones, el director francés Michel Gondry regresa a su lengua madre para contar un divertido cuento de cine dentro del cine sobre un director neurótico que, contra viento y marea, procura terminar su nueva obra.
La carrera del francés Michel Gondry ha sido tan extensa como ecléctica: después de una vasta etapa como director de videoclips (que lo llevó de Björk a Kylie Minogue y de The White Stripes a Daft Punk, pasando por Massive Attack y The Rolling Stones), debutó finalmente en el largometraje con Eterno resplandor de una mente sin recuerdos, una de esas películas que definió la sensibilidad de aquella década de los 2000 atravesada por el videoclip, los montajes ingeniosos y la música como elemento omnipresente, en la cúspide de la generación MTV. En su mejor versión, el director francés combina un rico dominio de recursos visuales con personajes tiernos y neuróticos.
En El libro de las soluciones, confluyen algunos elementos de su mejor versión. El director vuelve a filmar en su lengua madre (la cual suele alternar con proyectos en inglés como la reciente serie Kidding, que volvió a reunirlo con Jim Carrey después de Eterno resplandor…) y, a pesar de su madurez, con un relato que casi plantea un regreso a la bases. Es la historia de Marc Becker (Pierre Niney), un joven, hiperactivo e insufrible director al cual el estudio le arrebata el montaje final de su nueva película -a todas luces, un seguro desastre-. Con la ayuda de su editora (Blanche Gardin) y su productora (Frankie Wallach), Marc secuestra el material editado y se instala con ellas en la casa de su tía Denise (Françoise Lebrun). Allí procurará completar el montaje, pero pronto descubrirá que su principal obstáculo no es el estudio, sino él mismo.
Ligera, fresca y presumiblemente autoparódica, El libro de las soluciones retrata con cariño a su protagonista mientras avanza a los tumbos, siempre entre la vergüenza ajena y el triunfo impensado (como su sueño de llamar a Sting para la música incidental, que se concreta y le ofrece al bajista de The Police un divertido cameo).
El director de cine es siempre un poco soñador, un poco tirano y un poco vendedor de humo. Gondry lo tiene claro y, a su vez, nos ofrece algo que sólo viene con la edad: la frescura de saber que nada es nunca tan en serio.
Andrés Brandariz