Estrenos

El amor después del terror

Inteligencia artificial, melodrama, horror, líneas temporales: Amor sin tiempo, la nueva película de Bertrand Bonello, lo tiene todo y, aun así, se esfuerza por ir más allá de los límites del lenguaje cinematográfico.

 

El estreno de una película de Bertrand Bonello es, hoy por hoy, una anomalía. Si bien su cine ha sido muy visto en el país (toda su filmografía pasó por festivales y hasta se le dedicó una retrospectiva en el Festival Internacional de Cine de Mar del Plata), la aparición en la cartelera de una propuesta tan arriesgada como provocadora no es habitual pero sí entendible: la presencia de dos actores ya instalados en el mainstream (la magnética Léa Seydoux y el joven George MacKay) y el aún útil boca en boca luego del estreno en el último festival marplatense han convertido a Amor sin tiempo en una película a ver para la cinefilia local.

En su nuevo largometraje, el director de L’Apollonide (2011), Nocturama (2016) y la pandémica Coma (2022) sigue explorando el advenimiento de la tecnología y sus consecuencias en las relaciones humanas modernas. La premisa de la película es sencilla para la ciencia ficción e intrincada para el melodrama: en un futuro no tan lejano, ante la presencia omnipresente de la inteligencia artificial, Gabrielle (Léa Seydoux) debe adentrarse en sus vidas pasadas para purificar su ADN. En cada sumergir, se encontrará una y otra vez con Louis (George MacKay).

Amor sin tiempo es, como lo dice su título de estreno, una película de amor. Como bien lo explica Bonello, es una historia, un melodrama, que cruza el concepto del amor con el del miedo a ser herido por los sentimientos extremos. Estas preocupaciones no son nuevas (la película es una adaptación de un texto de Henry James, La bestia en la jungla, publicado por primera vez en 1903) pero si, gracias al enfoque y los juegos formales y narrativos de Bonello, novedosas.

Experimentando con la anacronía desde hace varios largometrajes y pensando el cine desde el cine, Bonello toma el género que mejor podría calzar a sus obsesiones: la ciencia ficción terrenal. «Este género es un lugar fantástico para inventar conceptos. Como realmente deseaba ir a tres periodos temporales diferentes, creé este concepto de purificar el ADN para poder vivir sin emociones», explicó el cineasta y compositor francés. Una idea que, en otras circunstancias, podría haber terminado en una serie olvidada en el fondo de catálogo de alguna plataforma pero que, en las manos de un director con estas aspiraciones, termina siendo un cruce excepcional entre diversos géneros. Un experimento que aún cree en el futuro de la narración y, por consecuencia, en el del cine.

 

Alejandro Tevez

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