Tim Burton retoma una de sus películas más icónicas en Beetlejuice, Beetlejuice y demuestra, luego de una década de resultados mixtos, que todavía puede navegar el terreno de la comedia y el horror con éxito.
Beetlejuice, Beetlejuice transcurre 40 años después de la película original con una otrora adolescente Lydia Deetz (Winona Ryder) ahora devenida en una conductora de un programa de eventos paranormales. Su marido, Rory (Justin Theroux), no cree en sus (más que reales) habilidades para ver y hablar con los muertos, y se dedica a explotarla a bases de clichés espiritualistas y new-age.
Mientras, Lydia intenta navegar una familia complicada, con su madre (Catherine O’Hara) dedicada a una carrera de artista contemporánea y su hija, Astrid (Jenna Ortega), alienada de su familia luego de la muerte de su padre. Esto forma el núcleo central de la película, aunque hay bastante más sucediendo: Delores (Monica Bellucci), una ex de Beetlejuice, vuelve a la ‘vida’ luego de una serie de eventos desafortunados, y comienza a seguirle el rastro al clásico personaje de Keaton. Por otro lado, Astrid conoce a un potencial interés romántico que la lleva eventualmente a encontrarse con fuerzas sobrenaturales. Mientras tanto, un genial Willem Dafoe interpreta a un actor de películas que ahora comanda una fuerza policial de crímenes en el más allá y empieza a investigar los hechos a la manera de un Harry el Sucio zombie. También está la muerte de Charles Deetz (ausente en esta secuela) como disparador de la trama y una boda en ciernes para Lydia (que tiene más de un pretendiente).
Parece un montón, y por momentos lo es, pero Burton sostiene una trama por demás complicada concentrándose en la relación entre Lydia y su hija Astrid, y en las cualidades táctiles del cine que supo hacer en su mejor época, digamos entre su primera película, Pee Wee’s Big Adventure, hasta Sleepy Hollow. Luego de eso, salvo alguna que otra excepción según quién mire, el mismo Burton reconoció haber estado un poco perdido, acaso por transitar un terreno más bien corporativo o bordear la autoparodia.
Beetlejuice, Beetlejuice representa entonces un regreso a sus raíces de ese cine por el que lo amamos: oscuro, un poco asqueroso, idiosincrático, personal. No es que no haya fan service en esta legacy sequel, que cae en la típica cuestión de tratar a los eventos y personajes de las películas anteriores de manera reverencial para luego replicar su estructura, al estilo de The Force Awakens. Pero Burton logra correrse de ese lugar a base de un imaginario visual de lo más variado, que va desde el stop motion y maquillaje muy creativo hasta una hermosa y graciosísima secuencia doblada al italiano y referencias al cine de Mario Bava o el expresionismo alemán, sumado al siempre impecable timing cómico de Keaton, que brilla en las pocas escenas en las que aparece.
También es interesante ver cómo la película se corre del lugar alegórico o abstracto que suele tener el cine de terror ‘elevado’ que surgió en los últimos años. Burton se burla explícitamente de eso con el personaje de Justin Theroux (también excelente en sus pases de comedia), que al invocar a Beetlejuice pretendiendo que es simplemente una expresión de traumas reprimidos se encuentra con pesadillas absolutamente reales y tangibles.
Pero ese horror es un horror cómico y disparatado, apoyado en gags visuales y escenografías llenas de humo y juegos de luces, en donde el más allá aparece como un espacio para que Burton explore sus tendencias más lúdicas, desde un esposo muerto sin cabeza que habla a gorgoteos a un Tren del Alma (Soul Train) donde vemos gente bailando funk en referencia al clásico programa musical americano. Y, en el centro de todo esto, Jenna Ortega, acaso una nueva musa burtoniana o de los centennials fans del terror que la siguen post Scream y Wednesday, haciendo que la película tenga un centro sentimental sólido. No es Winona Ryder en el 88, pero nadie puede ocupar ese lugar, y Ortega tiene un brillo propio innegable que justifica la existencia de esta secuela.
Y sí, es una película con muchas líneas argumentales, desde el interés romántico malvado de Astrid hasta la persecución romántica/vengativa de Delores, que no hace mucho más que caminar por pasillos (aunque es Monica Bellucci y su presencia en pantalla alcanza), hasta toda la cuestión generacional que atraviesan Lydia y Astrid y los permanentes intentos de Beetlejuice para finalmente casarse con Lydia, pero Burton encuentra la forma de darle cierre a todo con bombos y platillos y un par de secuencias oníricas donde se queda con la última risa.
En una época llena de spin-offs, reboots, secuelas y precuelas cosidas precariamente como un Frankenstein, Beetlejuice, Beetlejuice sobresale por encima de la media, mostrando a un Burton –sin dudas un director legendario a esta altura y pese a todo– que todavía tiene monstruos en el clóset y talento de sobra para meternos en sus mundos fantasmagóricos.
Ignacio Balbuena
