La vida de Amy Winehouse en Back to Black, un biopic musical que, afortunadamente, descansa en las canciones que la llevaron a su repentina fama.
La fugaz irrupción de Amy Winehouse en el mainstream musical de este corto pero atolondrado siglo es uno de los misterios que Back to Black intenta dilucidar. Esta nueva biopic musical se centra en la historia de la cantante británica para contar la historia de una vida frenética y repleta de excesos, pedidos de ayuda desesperados y algunas de las canciones más icónicas de los últimos años. Abriendo diversas aristas, la directora Sam Taylor-Johnson convierte a esta biopic en una especie de juego del tesoro en el que el espectador debe reunir las piezas necesarias para completar ese críptico rompecabezas llamado Amy Winehouse.
La idea de repasar los 27 años de vida de Amy a través de sus canciones es sencilla ya que la británica ha hecho, con sus letras, una oda a la autobiografía; su carrera fue un Amy por Amy, una constante confesión. ¿Cómo hacer una película llamativa con una vida ya conocida por demás? Con una actriz protagonista deslumbrante y, obviamente, confiando en las canciones de una de las más grandes -y problemáticas- compositoras del siglo XXI.
Algunos de los mayores obstáculos a la hora de construir estos relatos es encontrar a la persona indicada que le de vida a estrellas cuya vida, rostros, cuerpos y voces son más que conocidas, al punto de pertenecer más al imaginario popular que a una simple existencia terrenal. Una pésima elección -y por consecuencia, una pésima interpretación- convierte lo que a priori debería un homenaje en una parodia o una burda imitación. En Back to Black, afortunadamente, esto no sucede, Marisa Abela parece habitar el mundo de Amy y apropiarse de él, de sus canciones, de esos instantes y detalles pequeños que hicieron de Winehouse una figura. Ella es la película y la película, como su directora, lo sabe. Como pasó con Elvis y la actuación de Austin Butler, estamos ante un caso en el que la interpretación sobrepasa la misma obra. Pocas veces sucede.
Desde el estreno y el desmesurado éxito de Bohemian Rhapsody, las biopics musicales se convirtieron en la obsesión de los directores y productores de Hollywood, que ven en el género una mina de oro. La lista es tan larga como ecléctica: Elton John, Bob Marley, Elvis, Aretha Franklin, el anuncio de un universo compartido sobre los Beatles, la preproducción de una biopic de Bruce Springsteen (protagonizada por Jeremy Allen White) y la filmación de una película sobre Bob Dylan (con Timothée Chalamet a la cabeza), entre otros ejemplos. Si no es de superhéroes o una biopic sobre algún ídolo musical, en Hollywood no se aprueban proyectos. La mayoría de los últimos estrenos del género corresponden a músicos con un camino del héroe truncado por una muerte prematura, y si de las últimas décadas se habla, nadie calza mejor en ese maldito grupo que Amy Winehouse.
Así y todo, la cantante inglesa ya tenía una película sobre su vida: la maravillosa Amy (2015) de Asif Kapadia, quizá el documentalista más importante del momento. Pero la directora Sam Taylor-Johnson, responsable de Cincuenta sombras de Grey (2015) y A Million Little Pieces (2018), sabía que no quería (ni debía) ir por el costado no ficcional y menos ponerse a la altura del realizador de Senna (2010) y Diego Maradona (2019). “En lugar del documental, que se centra mucho en mirar hacia afuera, quería sentir que estábamos con ella en su proceso creativo”, declaró Taylor-Johnson. En forma un tanto romántica, quizás inocente, confesó que quería narrar la historia "desde la perspectiva de ella y a través de sus ojos; llevarnos en un viaje a través de su música y de sus palabras, para que estemos de vuelta con ella”.
Alejandro Tevez